jueves, 10 de enero de 2008

Un gallego en New York

Por: Erasmo Chila

Pacorro y Pepión eran dos muy buenos amigos y gallegos por excelencia, eran de la localidad de Marín, municipio español de la provincia de Pontevedra, en Galicia, situado a 7 Km. de la capital provincial. Presenta un relieve ligeramente accidentado, que desciende suavemente desde áreas elevadas, como Castiñeiras (con un lago artificial), Picoto de Graña, Jaján, San Lorenzo y Castelo, hacia la ría de Pontevedra, con una costa baja. Tiene hermosas playas (Portocelo, Mogor, Aguete, Loira y Lapamán) desde las que se divisa la isla de Tambo. Pueblo marinero, la pesca de bajura (lenguado) y de altura (pescadilla, bacalao, jurel y sardina) conforma, junto con la industria de transformación de ésta, la base económica de sus gentes, que se complementa con la agricultura (maíz y vid), la ganadería (vacuna, porcina y avícola) y el comercio. Posee restos celtas (castros de Mogor) y romanos, destacando entre sus monumentos el palacio de los abades de Osera y la Escuela Naval Militar. Población (2001), 24.997 habitantes.

Todos los días, sin excepción así lloviera o tronara, se reunían al mediodía a tomarse sus chatos de manzanilla en el Bar de Perico, famoso por su abundante botana, principalmente su arroz con frijoles.

Uno de esos tantos días en que se reunían, y al calor de un chato de manzanilla, Pacorro le dice a Pepión:

-- “Oye Pepión, estaba pensando que si nos va bien con la próxima cosecha de aceituna y la venta de cerdos, juntamos algunas pesetas, las cambiamos por dólares y nos echamos un viajecito a ‘Nuyor’, allá donde te recibe la estatua de la libertad”

-- “Hombre Pacorro que no está mala la idea, así puedo practicar ‘mai engliss: yeser, noser, nohayqueser, solón, gusbay’ ¡hee! ¿Qué tal?”

-- “Hombre, coño, que suenas como englissman”

Pasaron algunos días, durante los cuales cada vez que se encontraban continuaban haciendo planes. Llegó el tiempo de cosecha, que dicho sea de paso fue muy buena. También les fue muy bien con la venta de cerdos. Así es que, de acuerdo con lo planeado, juntaron sus pesetas y las cambiaron por dolaritos. Tenían ya todo listo para partir a los “Neuyores”, cuando pácatelas, que se muere la tía muy querida, como su segunda madre, de Pepión. Como la tía dejó muchos pendientes y el único que podía atenderlos y resolverlos era precisamente él, pues no le quedó más remedio que decirle a Pacorro:
-- “Ni modo maño, que la tía me ató, no me queda más remedio que echarme pa’tras”

En esas condiciones y muy apesadumbrado, Pacorro le dice:
-- “Caramba, joder, que me cago en la sopa, pues ni modo, me voy a sentir muy solo pero ya se me aviento el viajecito que hemos planeado durante tanto tiempo, así es que ¡allá voy ‘Nuyor”!
Con un dejo de tristeza, Pepión de contesta:
-- “oquey, te vas sin mi, ni llorar es bueno, lo menos que te puedo desear es que te diviertas por los dos, te metes en los ojos, oídos y cabeza todo lo que veas, oigas en la memoria para que cuando regrese me platiques todo a detalle”

Así Pacorro emprende el viaje, primero va a Madrid y de ahí, en avión, va para New York. Pero antes, por consejo de la compañía de aviación, hace arreglos con una agencia de viajes. Ya arriba del avión, momentos antes de emprender el vuelo, oye que dice la azafata: “apriétense los cinturones”, entonces Pacorro se levanta presuroso del asiento, checa el cinturón de sus pantalones y exclama: “Joder, que lo traigo bien fajado”, el vecino de asiento le explica y ya calmado le dice: “Coño, pues por ahí deberían haber empezao”.

Al sobrevolar la ciudad de los rascacielos, se asoma a la ventanilla y se queda pasmado ante el imponente espectáculo que ofrecen los precisamente los rascacielos. “Coño, dice para sí mismo, joder, que esto es despampanante”. En eso el avión pasa a un lado de la estatua de la Libertad, y sin salir de su asombro se dice: “Caramba, pues cómo sabía esta señora que veníamos y nos está saludando” joder.

Finalmente aterriza el avión en el aeropuerto Kennedy, obviamente que Pacorro se anonada con tanto movimiento, no sabe por donde jalar porque anda totalmente despistado. Por fin lo pesca la encargada de la agencia de viajes, recupera su maleta, y lo trepa a un bus que lo lleva a la gran ciudad. Claro que el recorrido en el bus lo hace con la baba colgando por todo lo que va viendo. Rascacielos, muchos automóviles lujosos que jamás había visto, semáforos, puentes, túneles, etc., todo lo admira y lo ataranta.

Finalmente llega al hotel en donde tiene reservación, se instala, no sin antes hacerse líos con lo de la propina para el mozo. Exclama para sí: “coño, con esto del english cualquiera se enreda”. Rápidamente se mete al baño y se da una buena ducha, se rasura, se viste y sale presuroso para integrarse al “tur” que le arregló la compañía de viajes.

Pasan los días, el “tur” lo lleva para arriba --al “ampayer esteit”, a las torres gemelas (todavía no llegaba el 11 de septiembre) y a otros rascacielos-- y para abajo –el metro--. Van al futbol americano, al béisbol, al “joquey”, al básquetbol y al box. Van a los cines y teatros de la “brdgüey estrit”. A la montaña rusa de “longailand”. Y en fin, a una bola de lados más.

Y como todo tiene su fin, llega la hora del regreso a casa. Al llegar al aeropuerto está haciendo un calorón de madre, pero ya en el avión, con al aire acondicionado se refresca. Le viene a la mente el recuerdo de cuando se subió por primera vez a un avión –de hélice naturalmente-- allá en su Pontevedra querida, estaba haciendo un calor marca diablo. Antes de emprender el vuelo estuvo un buen rato en espera de un pasajero retrasado, iba acompañado como siempre de su inseparable amigo Pepión, estaban sudando ambos como si estuvieran bañándose, y entonces, de repente, se levanta como resorte Pepión y le grita al sobrecargo: “coño, me cagu en la sopa, por qué diablos ponen los ventiladores afuera si donde se necesita es aquí adentro, joder”.

Bueno, pues Pacorro está de regreso en casa, recuerda lo que su abuelo le decía: “mira Pacorrín, los viajes son buenos porque ilustran mucho, pero siempre lo mejor de ellos es el regreso a casa”. Y efectivamente así es, lo recibe su esposa Pilarica y sus hijos Fonsín y Telica, y como era de esperarse no paran de hablar. Pero se le queman las habas por ir a la fonda de Emilín para tomarse unos chatos de manzanilla con los amigos, y claro entre ellos su inseparable Pepión.

Ya instalado en una mesa de la fonda de Emilín en compañía de los amigos, Pepión inmediatamente le espeta el reclamo: “rediez, que nos tienes es ascuas, suelta ya tus peripecias del viaje”.

Pacorro, se acomoda bien, se toma un trago de su chato, enciende un puro e inicia su reseña: --“Miren, ustedes no se imaginan lo bestia que es esa ciudad de “Niuyor”, desde que va uno entrando me dejó lelo, automóviles por todos lados,” Cadillacs”, “biuics”, “lincols”: bueno, pero todo a los bestia. Después aparecen unas casotas que allá les dicen “bildings”, altas altísimas, parece que llegan al cielo. Oye, lo que si es que adoran al buey como en la India, por todos lados ves: sobuey, jaiuey, juanuey, boduey, y quien sabe cuántos bueyes más. Eso si, es muy difícil entenderse con la gente por el “english”, pero ahí la fui toreando. Me llavron a ver algunos juegos raros, como ese que le dicen futbol que los jugadores parecen gladiadores, son como animalotes, todos forrados y con casco de motociclista, que corren como desaforados cuando tienen una pelota que parece mamey. También me llevaron a un juego que le llaman “baseball”, y ahí si que de plano me enredé pues no le entendí mucho; primero salen los jugadores todos elegantemente vestidos y todos con cachucha, parecen fenómenos pues algunos tienen unas manazas y otros portan garrote, después salen unos que visten de negro como para un velorio y que les dicen “ampayer”; en el campo hay unos cojincillos que les dicen bases. Total que se colocan unos distribuidos, a los que se colocan hasta atrás, que dicen que son jardineros, llevan una manazas pero ninguna herramienta de jardinería; total que son ocho, más el que se agacha forrado con un peto, máscara, una manaza aconchabada y unos forros en las piernas que parece como que se fuera a pelear con un mounstro, pues ni los toreros usan eso; a ese le dicen “quecher”. Atrás del “quecher” se pone y se agacha uno de los ampayers, también con un peto y una mascara. Después, uno que está sobre un montecillo en medio del campo, con la pelotica en la mano y que se llama Juan como después se supo, amenaza a otro que se para con garrote en mano adelante del “quecher”; se ve que está enojado porque lo ve muy feo y lo amenaza con aventarle la pelotita. El que está con el garrote menea el garrote como contestando la amenaza: “si me la avientas te pego”, así finalmente se la avienta y el del garrote le trata de pegar a la pelotita pero falla; entonces el “ampayer”, que había permanecido quieto, se endereza medio enojado y le grita al que aventó la pelotita: “qué traes Juan”. Después se repite lo mismo, pero ahora el “ampayer”, notoriamente más enojado, se endereza y grita más fuerte: “qué traes tú”, en ese momento los espectadores gritan como locos, unos gritan ponche y otros pégale. Así, en la siguiente vez, repitiendo las mismas acciones, el del garrote por fin le atina a la pelotita, sale esta volando y el del garrote sale corriendo como loco, no entiendo porqué, el caso mes que va pisando los cojincillo y regresa al mismo sitio de donde se arrancó, se echa un clavado como desesperado y toda la gente grita “con ron, con ron”, y ahí si de plano ya no me aguanté y que me levanto y grito: “que va, eso ni con árnica se le quita”, porque oiga usted, que se ha dado un sopapazo que Dios guarde la hora. Así estuvo todo ese mentado juego del baseball, ron para acá y ron para allá, hubo dos que con el garrote le pegaron a la pelotita tan fuerte que esta salió del estadio. Cuando terminó, salimos rodeados de un mar de gente, y ahí escuché que se había volado la barda, así es que me dije: “coño, joder, que eso no me lo pierdo”, así es que regresé y entré otra vez a las gradas y ¡que va!, nada que la barda se voló, me cagu en la sopa que ahí estaba bien paradita y en su lugar.”

En eso llegó Emilín con sus planes para jugar dominó, se suspendió la plática y los inseparable Pacorro y Pepión se fueron a buscar a sus respectivas mujeres: la Pilarica y la Isabelita. Y hasta aquí la aventura de Pacorro en los neuyores.

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