domingo, 9 de diciembre de 2007

Juan y el cocodrilo

Una anécdota en la gran ciudad
Por: Cai Mann y Lag Harto

Juan era un competente, responsable y honesto contador público. Trabajaba en un muy importante consorcio industrial, en donde era muy apreciado. Su jefe inmediato, aparte de tenerle absoluta confianza, le tenía mucha personal estimación.

Juan tenía a la sazón 45 años de edad, era viudo ya que dos años antes había muerto su esposa, que era diez años menor que él, por motivo de un problemático embarazo y un mal parto.

Gozaba Juan de un elevado sueldo, producto de su excelente capacidad profesional, el que aunado a muy jugosas compensaciones, le permitía vivir con desahogo en un magnífico departamento ubicado en el décimo piso de un elegante edificio sito en uno de los mejores barrios de la ciudad de Barcelona.

Un día, lunes para ser precisos, Juan llegó tarde a su trabajo, lo cual fue un verdadero acontecimiento en la oficina pues nunca había sucedido antes. Obviamente su jefe, sorprendido por el hecho inédito, lo primero que pensó era que Juan tenía algún problema, por lo que de inmediato lo llamó y se lo preguntó. Juan, primero que nada pidió disculpas por haber llegado tarde, y después le explicó a su Jefe que únicamente había tenido un contratiempo con su automóvil.

Pero, a partir de ese aciago lunes, empezó a llegar tarde con frecuencia y además demostraba cansancio, distracción y, lo más extraño, apatía. Obviamente su jefe se preocupó mucho y lo primero que pensó era que Juan estaba enfermo, por lo que le dijo que se tomara unas vacaciones que, además de que las merecía de sobra ya que nunca las había tomado, le sirvieran para descansar ampliamente y se fuera al lugar que quisiera con todos los gastos pagados.

Juan le agradeció a su jefe el ofrecimiento, pero le dijo que no lo haría, dado que tenía mucho trabajo atrasado y que ya se acercaban las asambleas anuales del consejo de administración y la de socios, por lo que, de hacerlo, no podría gozarlas con tranquilidad por el pendiente que dejaría. Pero que lo haría una vez que pasara esos dos importantes acontecimientos.

Luís era, además de un eficiente colaborador de Juan, su gran amigo, su amigo de siempre, leal y sincero a carta cabal, por lo que, al darse cuenta de la alarmante situación por la que estaba pasando su amigo, se enfrento a este y casi le exigió que, con base en esa gran amistad que los unía, le explicara que era lo que le estaba causando ese notorio cambio es su proceder, el cual le estaba causando serios trastornos en lo que para él era lo prioritario: su alto sentido de responsabilidad.

Finalmente, no sin reticencias, Juan le confesó a Luís que estaba altamente estresado y que casi no dormía por las noches, lo que le impedía descansar adecuadamente en esas horas vitales para reponer energías. Con serias dificultades, como que le daba vergüenza confesar algo delictuoso, Juan le dijo a Luís que todos las noches, cuando trataba de conciliar el sueño, se aparecía al lado de su cama un cocodrilo que lo ponía nervioso y no le permitía dormir.

Perplejo escuchó lo que le decía Juan, y obviamente pensó que lo que su amigo necesitaba era a un psiquiatra con extrema urgencia, con riesgo de colapsar de no hacerlo.

Después de terminar de escuchar a su amigo, Luís se dirigió al teléfono, habló un rato, no más de cinco minutos, y regresó con Juan y le dijo:
-- “Acabo de hablar con el doctor Froid, que es uno de los más prestigiados médicos psiquiatras de Cataluña, y por ende de España, y por qué no decirlo: de toda Europa, y te espera mañana a las 10 AM. No vayas a faltar porque es muy importante que te haga una evaluación y, de allí, una terapia que te permita salir adelante de esta muy alarmante situación. ¡Coño, que ver un cocodrilo en un décimo piso de un edificio de una ciudad en dónde conocemos a los cocodrilos sólo en las películas! Acabáramos, no se diga más, mañana al psiquiatra”.

A la mañana siguiente, presuroso y cumplidor como siempre, Juan se presenta con el doctor Froid –el psiquiatra--, quien se presenta, lo saluda y lo introduce a su consultorio. Lo hace que se acueste y relaje en un canapé especial para esos menesteres.

-- “A ver don Juan”, le dice el doctor, “dígame usted con calma, sin apresuramientos de ninguna especie, qué le está pasando”

-- “Ah, pues mire usted doctor, resulta que casi no duermo”, contesta Juan.

-- “Y por qué, dígame que le pasa, cual es motivo”, replica el doctor.

-- “Sabe, resulta que cuando trato de conciliar el sueño, se aparece a un lado de mi cama un cocodrilo grandote, como de cinco metros de largo, y ya no puedo pegar los ojos por estarlo vigilando”.

El doctor, que lo escucha apaciblemente, se le queda mirando y se dice mentalmente para sí mismo: “Caray, este hombre si que está en una grado avanzado de esquizofrenia-paranoica”. Sin externar palabra, se levanta de su silla y se dirige a un estante, saca un frasco y le dice a Juan, quien callado y con los ojos cerrados, no se dio cuenta de los movimientos del doctor:

-- “Mire don Juan, le voy a dar este frasco de somníferos, son muy fuertes, pero tiene que tener mucho cuidado, se toma nada más uno antes de acostarse, ¡NADA MAS UNO!, con eso va a dormir muy bien, pero si persiste la molestia del cocodrilo me viene a ver, NO VAYA A AUMENTAR LA DOSIS, ¿OK?, bueno, en eso quedamos”
Juan se levantó, tomó el frasco, se despidió y se fue con un dejo de tranquilidad, como la que se siente cuando uno piensa que ya resolvió un problema.

Transcurrió una semana y Juan apareció de nuevo en el consultorio del doctor Froid, quien, sin demostrar ansias de saber como la había ido durante la semana, le preguntó:

-- “Qué tal don Juan, dígame: ¿Cómo le fue, ya pudo dormir bien?

-- “Caray doctor, no lo va a creer pero no, no pude dormir, me tomé diariamente, antes de acostarme, las pastillas que me dio pero no pude conciliar el sueño, el cocodrilo no me dejó”.

El doctor, sin demostrar su obvia contrariedad, pensó para sí: creo que el caso es mas grave de lo que pensé al principio. Entonces le dijo a Juan:

-- “Mire, le voy a dar otro frasco de las mismas pastillas, se va a tomar dos todos los días antes de acostarse. NADA MAS DOS, espero que con esa dosificación tenga suficiente para que pueda usted dormir bien y se recupere del desgaste que ha sufrido”, ¿OK?

-- “OK doctor”, respondió Juan.

-- “Bueno, pues a darle y me viene a ver en una semana”.

Pasó volando la semana y Juan apareció puntual en el consultorio del doctor Froid.

-- “Hola don Juan, ¿qué pasó, ahora si ya se recuperó?”

-- “Que va doctor, tenía fundadas esperanzas de que así fuera pero no, el cocodrilo no me deja”

El doctor, tratando de controlar su frustración y de disimular su ira interna, pensó para sí: “me he equivocado totalmente con este hombre, ya se encuentra en el umbral del delírium trémens, tengo que hacer algo radical”. Así es que, casi al borde de un ataque de ira, le dice a Juan:

-- “Mire don Juan, le voy a proporcionar otro frasco de las mismas pastillas, pero ahora si puede tomarlas a discreción, si es necesario se puede tomar el frasco entero. ¿OK?

-- “OK, doctor, así le haré”

-- “Bueno, pues adelante. Me viene a ver en una semana”

Pero pasaron 1, 2, 3, 4, 5, 6 y 7 semanas y de Juan ni sus luces. El doctor lo recordó y le preguntó a la enfermera si no había llamado por teléfono, esta dijo que no y que no sabía nada de él. Entonces el doctor le pidió que le diera los datos referentes a su dirección y número telefónico que constaban en los registros de su expediente. Una vez obtenidos dichos datos, el doctor le dijo a su enfermera que al día siguiente le recorriera las citas pues iría al domicilio de don Juan a buscarlo y saber de él.

Así, al día siguiente, el doctor Froid se dirigió al domicilio de Juan, tocó el timbre y se asomó Julia ---una señora de aproximadamente de 50 años que habría trabajado desde muy joven con la familia de la esposa de Juan, que cuando se casaron, y dado que estaba muy encariñada con ella, se había ido a trabajar con ellos. Cuando murió su esposa, Julia le prometió a esta que se quedaría por siempre al servicio de su viudo, cuando menos mientras no volviera a casarse---, y a la pregunta de cajón: ¿Quién es y qué desea?, el doctor le preguntó si ahí vivía el señor Juan Godínez. Julia, muy apesadumbrada de dijo que efectivamente ahí vivió el señor Juan pero que había fallecido hacía siete semanas.

El doctor se quedó anonadado y replicó:

-- “Cómo que ya murió, ¿Pues qué le pasó?

Julia, notoriamente contrariada y molesta, le contestó: -- “No se que medicucho le dio un frasco de no sé que pastillas, se lo tomó de golpe una noche, se quedó dormido y se lo comió el cocodrilo”

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