viernes, 14 de diciembre de 2007

La ambición rompe el calzón

Por: MaGdubell

“No hay amigo del amigo,
ni los deudos son ya deudos,
ni hay hermano para el hermano,
Si anda la ambición por medio”.

José Echegaray.


Si atenuáramos nuestros deseos, sin duda seriamos mucho más dichosos. A la mayor parte de las cosas les concedemos una importancia que están muy lejos de tener. El ser humano pierde su tranquilidad por no querer frenar su ambición.

Pretender con ansia es ambición. La ambición es un apetito desordenado por adquirir fama, influencia, honores, dinero, poder, ........ La ambición no es buena ni mala, depende de lo que se desee y para qué. La característica más sobresaliente del ambicioso es que siempre se imagina que su felicidad depende de algo que no posee. Ya un pensador dijo: “Contentarse con poco es difícil, contentarse con mucho imposible”.

Aspirar más de lo que lógicamente nos está permitido es una ilusión que solamente cabe en los espíritus fuertes. “Cuenta lo que posees y no lo que te haga falta”, decía Amado Nervo. Esta frase tan sabia debería estar esculpida en todas partes, para salud espiritual de la humanidad, siempre insatisfecha.

La ambición siempre trae consigo su propio castigo: el de desear más y más ¡y no acabar nunca!. El deseo constante de poseer más y más, por medio de una ambición sin freno, se comprende en gente que es producto de generaciones miserables y hambrientas, ¡de parias infelices!, carentes de principios morales. Por eso, a estos, hay que verlos con espíritu comprensivo.......... con lástima.

Cuentan las crónicas que hace muchos años, cerca del río Indo, había un persa llamado Alí Hafed. Era dueño de una enorme hacienda en la que vivía cómodamente con su familia. Sin embargo, el hombre, aunque rico, sentía que su existencia carecía de sentido y tenía el legítimo deseo de superarse aún más. Un día cierto viajero le mostró un diamante y le dijo cuanto valía. El hombre rico, con la idea de volverse multimillonario, vendió la granja, dejó a su esposa e hijos encargados temporalmente con otra familia y salió en pos de su anhelo: se gastó cuanto dinero tenía buscando diamantes en todas las playas y ríos de arenas claras hasta entonces conocidos. Después de varios años, ya en la miseria, volvió anónimamente a su ciudad, pero encontró que su familia se había mudado. Desalentado y perdido, como un vagabundo fracasado, se adentró en el mar y se suicidó.

Lo verdaderamente trágico y aleccionador de la historia es que el hombre que compró la granja de Alí Hafed, una mañana estaba dando de beber a sus camellos en el arroyo que pasaba por el terreno, vio una piedra negra que emitía un destello de luz; la limpió y descubrió un cristal precioso. Escarbó en las aguas del riachuelo y casi a flor del suelo halló aún más hermosas y grandes. De esa forma, y en ese preciso lugar, se descubrió el yacimiento de diamantes más grande del mundo: la mina “La Golconda”. Así, las gemas más maravillosas que se han hallado provienen de la que fue la despreciada granja de Alí Hafed.

“Cambiar no significa progresar”, Dios bendice a los seres humanos que progresan sin cambiar su esencia.



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